En el siglo XVIII surgió en Europa un movimiento cultural caracterizado por una confianza total en la razón, negando todo lo sobrenatural y criticando todas las Instituciones tradicionales,especialmente la monarquía y la religión católica. Estos filósofos ilustrados, como Voltaire, decían que todos los siglos anteriores a ellos habían sido de barbarie y superstición, porque había dominado la religión sobre la razón. A los siglos anteriores, los llamaban siglos de las tinieblas, mientras que su siglo, con el despertar de la razón, lo llamaban el siglo de las luces. Estos filósofos racionalistas, que descartaban totalmente a Dios de la humanidad, fueron los que prepararon la llegada de la Revolución francesa. Al llegar ésta, persiguieron a la religión católica como si hubiera sido la causa de todas las guerras y de todos los males, poniendo como base y fundamento de la sociedad a la diosa Razón.
Ellos se consideraron como los defensores de los derechos humanos, como si antes no hubieran existido, y proclamaron a los cuatro vientos los principios de libertad, igualdad, fraternidad. Pero estos supuestos defensores de la libertad y de los derechos humanos, destruyeron por puro vandalismo tesoros culturales y artísticos de muchas bibliotecas eclesiásticas y de monasterios como Cluny, Longchamp, Lys, la catedral de Macon, la de Boulogne sur Mer, la sainte Chapelle de Arras, los claustros de Conques y otras innumerables obras de arte de la cultura antigua. Ellos, que hablaban mucho de libertad y tolerancia, cometieron el más grande genocidio de la historia moderna en la región de la Vendée, donde masacraron a 120.000 personas por haberse opuesto a aceptar las ideas de la revolución. Y la deshumanización de estos revolucionarios llegó hasta el punto que con las pieles curtidas de los vencidos, hicieron botas para los oficiales; y hervían los cadáveres para extraer grasa y jabón. Algo sólo superado por las cámaras de gas de Hitler.
El 10 de noviembre de 1793, los revolucionarios consagraron la catedral de Notre Dame a la diosa Razón. En la parte central, se alzaba una estatua a la Filosofía. Por el nuevo templo desfiló una joven actriz Mademoiselle Aubry, vestida con una larga túnica blanca y un manto azul, armada con la lanza de la Ciencia. Estaba acompañada de un coro de bailarinas, vestidas de blanco, y quemaron incienso ante el altar. Casi inmediatamente, 2.345 iglesias fueron transformadas en templos a la Razón.
Para los filósofos ilustrados, los derechos se fundaban en la razón, que puede opinar de diferentes maneras según convenga. Descartes en su Discurso del método dice que la razón es el principio de la verdad. Y decía: No hay que admitir como verdadera cosa alguna que no se conozca con evidencia que lo es. Para él, la subjetividad es el punto de partida y la condición para todo saber. La verdad objetiva está sometida a la razón subjetiva, es decir, que algo es verdadero según así lo comprenda cada uno.
Los filósofos ilustrados decían que la razón podía explicarlo todo y afirmaban: Nec decipit ratio nec decipitur unquam (La razón jamás engaña ni es engañada). Estas ideas parecen estar de moda en la actualidad con el relativismo tan extendido por todas partes. Para los intelectuales modernos o ilustrados actuales todo es relativo. No hay verdades absolutas ni principios universales e inmutables. Lo único cierto es que todo es relativo y que la verdad depende de lo que cada uno cree. Por eso, nadie tiene derecho a imponer a nadie sus propias ideas. Lo que importa es la propia opinión personal. De ahí que a la Iglesia católica, como lo hicieron los ilustrados del siglo XVIII, la califican de intolerante por querer enseñar a todos unas verdades absolutas como que Cristo es Dios, que ha venido a la tierra y nos ha salvado, que la muerto y resucitado, que está presente en la Eucaristía; y que hay acciones buenas o malas objetivamente, independientemente de la opinión personal, etc.
Estos filósofos ilustrados o relativistas actuales hablan mucho de libertad y tolerancia total, pero sólo para los que piensen como ellos. Voltaire es considerado el patriarca de la tolerancia, porque escribió un tratado sobre la tolerancia, alabando el espíritu tolerante del pueblo romano. Pero no aceptaba la tolerancia contra los intolerantes católicos. Para él hay que ser intolerantes con los intolerantes. Y ¿quiénes son intolerantes? Al final, lo serán todosnuestros enemigos y los que no piensan como nosotros. Por eso, no es de extrañar que, en las sociedades en que ha triunfado el ateismo militante y se han dejado guiar sólo por la razón (es decir, por las propias ideas), han llegado a las persecuciones, matanzas y violaciones de los derechos humanos más graves de la historia. Pensemos en el comunismo, nazismo, revolución francesa...
Y es que, cuando se suprime a Dios de la vida humana, alguien toma su lugar y, normalmente, lo hace el Estado todopoderoso, que, con frecuencia, tiene un nombre concreto: el líder máximo que dirige el país y que se convierte en un tirano.
En cuanto a las mujeres, casi todos los historiadores están deacuerdo en admitir que, al final de la Revolución francesa, lasmujeres se encontraban peor que antes. La única novedad fue eldivorcio, pero dada la casi total ausencia de derechos y dada lamentalidad dominante entre los ilustrados, esta novedad seconvirtió para ellas en un perjuicio.
Las ideas de los ilustrados sobre la mujer están perfectamente representadas en la obra de Restif de la Bretonne, especialmente en su Les Gymnographes de 1777, un proyecto de normas para la mujer. Recalca que las mujeres deben estar sometidas al hombre jefe y soberano del hogar. Para él, la muchachas de alta sociedad podían aprender a leer, pero no a escribir; y las de baja sociedad ni siquiera a leer. La elección de pareja debía ser hecha por los padres y las que no cumplieran las normas, debían ser condenadas a trabajos forzados o a pena de azotes. En el matrimonio, decía: las mujeres no podrán en ningún caso sustituir al marido, perniciosa costumbre practicada hasta ahora erróneamente y que debe ser absolutamente eliminada.
Muchos de estos filósofos ilustrados soñaban con un mundo feliz sin Dios y sin religión, donde todo fuera común hasta las mujeres y los hijos. Entre ellos encontramos muchas utopías: proyectos de cómo debería ser el mundo para ser plenamente feliz. Veamos algunas de estas utopías.
Jean Jacques Rousseau (1712-1778) habla del buen salvaje como ideal humano. Para él el hombre se ha corrompido y degenerado por la civilización. La creación de la familia, el surgimiento de las artes y de las ciencias, de las leyes y de las instituciones del Estado han sido muchas de las etapas de su degeneración. El hombre primitivo, según él, era y es bueno y feliz. De ahí que la historia humana ha sido, en su opinión, no un progreso sino un retroceso, una depravación constante. Por lo cual, propone volver a la vida de la naturaleza sin los adelantos modernos para poder ser felices, sin familia, sin propiedad privada y tener todo en común. En su libro Emilio habla de que todo sale perfecto de manos de la naturaleza y el hombre lo degenera. Hay que volver a la naturaleza. Hay que llevar una vida lo más conforme con la naturaleza.
Otro soñador es Morelly. Algunos creen que Morelly era sinónimo de Diderot, uno de los principales directores de la Enciclopedia (monumental obra de 33 volúmenes editada por Diderot y D´Alembert entre 1751 y 1772, donde los filósofos ilustrados más representativos expresan sus ideas sobre el predominio de la razón y cómo debe ser un mundo nuevo). Pues bien, Morelly habla de un mundo paradisíaco en esta tierra, donde no existiría la propiedad privada. Los ciudadanos serían funcionarios del Estado. Los niños desde los cinco años serían separados de sus padres y educados por el Estado de modo igualitario. El matrimonio sería obligatorio a partir de cierta edad y todos deberían trabajar entre los 20 y los 35 años. En este paraíso todo sería de todos y el Estado distribuiría los productos de acuerdo a las necesidades de cada uno. El comercio y el cambio estarían totalmente prohibidos.
Los infractores de las leyes del Estado serían considerados, no como delincuentes, sino como enemigos de la humanidad, declarándolos locos. Porque, si todos son felices en ese paraíso, había que ser locos para no hacer lo que hacen todos. En estas ideas de Morelly parece vislumbrarse ya lo que soñó Marx en su paraíso comunista. Nada de propiedad, todo de todos. El Estado es el único dueño, que da a todos según su necesidad. Los infractores son llevados a las clínicas siquiátricas como los soviéticos; los disidentes deben ser curados a la fuerza, porque son locos. Pero ¿se puede ser feliz en contra de la propia voluntad? ¿Han sido felices los ciudadanos de los países comunistas? ¿Quién no recuerda las masacres de Stalin o de los comunistas de Camboya con Pol Pot?
Otro gran ilustrado fue Dechamps. Según él, para conseguir el paraíso terrenal había que eliminar la propiedad privada de las cosas y de las mujeres. Para él no hay moral y todo debe ser común. El incesto no es pecado. Todo es bueno, si nos da la felicidad. En este paraíso habría que destruir las artes y las ciencias, porque serían inútiles.
Se debían quemar todos los libros menos el suyo: El verdadero sistema. Los seres humanos vivirían en cabañas de madera y dormirían en lechos de paja. La alimentación sería vegetariana, todos los días exactamente igual. En ese mundo, dice, no existiría la risa ni el llanto, pues todos tendrían la misma expresión de contento. No habría diferencia de sexos. Los funerales serían abolidos, ya que los difuntos no deberían importarnos más que un animal muerto. ¿Te gustaría a ti vivir en ese mundo sin Dios, en el que todos sean absolutamente iguales, viviendo una vida natural sin deseo de mejorar ni de estudiar ni progresar?
Donatien-Alphonse François, marqués de Sade, de donde proviene el nombre de sadismo, fue un prolífico autor de utopías ilustradas. El marqués de Sade murió loco en un manicomio de la Salpetrière. En su obra Aline y Valcour, publicada en 17 describe un cielo en la tierra en la isla de Tamoé, un lugar del Pacífico circundado de escollos inaccesibles. El clima es idílico y la capital, Tamoé, es una de las 16 ciudades de la isla. Allí se presenta un oficial de la marina de Luis XIV que se enamora de una indígena y reforma las costumbres y las leyes dentro del más puro espíritu de los filósofos del siglo de las luces.
La capital es totalmente redonda. Las casas todas iguales y del mismo color rosa y verde. La plaza central es también redonda y rodeada de árboles. En el centro hay dos edificios redondos y más altos que los demás. La religión es solar. El sol es como el símbolo de Dios y nada más. Todo allí es sencillo. Ni templos ni ritos ni clero.
El único dueño de todo es el Estado. Reina la más absoluta igualdad, incluso en los vestidos, que consisten en una simple túnica gris para los ancianos, verde para los adultos y rosa para los jóvenes. Allí todos tienen todo lo que desean y no hay leyes ni prisiones. Los niños son educados por el Estado desde que son destetados hasta los 15 años. A esa edad deben contraer matrimonio. Para ello, son llevados a la casa común en que han sido criadas las mujeres y allí eligen. Está admitido el divorcio. Los ancianos imposibilitados son alojados por el Estado en palacios destinados para ellos. Todos son rigurosamente vegetarianos y la diversión preferida es el teatro.
En este paraíso no hay propiedad privada ni religión. Aparecen residencias para ancianos, guarderías infantiles, divorcios, modas uniformes, rigorismo vegetariano. Y así creen conseguir una felicidad puramente natural sin aspiraciones de progreso. ¿Será todo ilusión de filósofos ateos que quieren vivir eternamente sin Dios en un paraíso terrenal? Una nueva utopía, que acabó en tragedia, la quiso hacer realidad el famoso Jones, ex-pastor metodista. Su ideal era el paraíso comunista. Había fundado en 1956 en Indianápolis (Estados Unidos) el Templo del pueblo y, debido a las supervisiones y acusaciones ante la justicia, decidió trasladar a sus seguidores a la Guyana ex-británica para construir allí un cielo en la tierra, donde todo fuera común al mejor estilo marxista. Poco a poco, fue quitando a sus seguideros la idea de Dios y hasta blasfemaba y escupía sobre la Biblia.
Le escribía a su suegra: Estoy realizando el paraíso en la tierra. Estoy demostrando que no hay necesidad de Dios. Pienso en Rusia y en China, soy comunista y he fundado la primera sociedad comunista americana.
En este paraíso todos los bienes de los adeptos pasaban a jones y los fieles recibían manutención, alojamiento y dos dólares a la semana. Jones podía disolver matrimonios y realizarlos. Obligaba a acusar a quienes tenían comportamientos contrarios a la igualdad o a la voluntad de Jones, y favorecía los traspasos en los alojamientos comunes y el destino de los hijos a los servicios sociales del Templo. Jones podía ordenar a cualquier hombre o mujer que tuviera relaciones sexuales con él, y la desobediencia en este punto era castigada severamente. Las penas consistían en azotes o electroshock. Las relaciones sexuales estaban permitidas a través de un comité organizador, no por voluntad propia. En estas condiciones, con las continuas reuniones nocturnas, los cursos deadoctrinamiento y las confesiones públicas, se reducía cada vez más la personalidad de los individuos, que no podían hacer preguntas ni pedir explicaciones.
Este paraíso de Jones estaba en plena selva, aislados del mundo, viviendo una vida natural. Nadie podía escapar. Los pasaportes habían sido retirados y todos debían trabajar durante once o doce horas diarias. En varias ocasiones, les hizo beber veneno por la gloria del socialismo para suicidarse, pero eran falsas alarmas. A un jovencito de doce años le escribía: Es estupendo que estés dispuesto a beber el veneno contra los capitalistas, contra la CIA, contra la bestialidad del capitalismo y por la dulzura del socialismo. La Unión soviética era definida continuamente por él como la tierra prometida y se daban regularmente cursos de lengua rusa. El patrimonio económico de Jones tenía este destino: siete millones de dólares al partido comunista soviético y diez al partido comunista norteamericano.
Jones era la única ley. Todos debían obedecerle sin preguntar. Hasta que un día les hizo tomar veneno de verdad y todos murieron envenenados con cianuro. Fueron 912. Novecientas doce vidas que habían buscado un paraíso terrenal sin Dios y bajo la guía de un loco o dictador comunista a todo trance. La televisión mundial difundió las imágenes de los muertos el 19 de noviembre de 197835. ¿Cuántos tendrán que seguir muriendo hasta que loshombres se den cuenta de que sin Dios no es posible la felicidad en esta vida ni en la otra?
consecuencias de la Ilustración.
Ya hemos hablado de las matanzas y persecuciones contra todo lo religioso de aquellos revolucionarios que buscaban la felicidad sin Dios y que, hablando mucho de libertad y tolerancia, quisieron imponer por la fuerza sus opiniones. Mientras la revolución soviética respetó las tumbas de los zares, la francesa de 1789 quiso hacer desaparecer toda huella de los reyes. Veinticinco reyes, diecisiete reinas y setenta y un príncipes y princesas fueron sacados de sus tumbas y arrojados a una fosa común, rociados con cal. Los mausoleos de los reyes fueron destruidos. Las 54 cajas de plomo de los féretros de los Borbones fueron fundidas y transformadas en munición. Igual suerte corrieron las esculturas. Las cabezas de las estatuas de los reyes de Francia de Notre Dame de París fueron decapitadas y han sido recuperadas hace poco tiempo.
El 10 de junio de 1794 se instituyó el Terror. En París el tribunal revolucionario funcionó ininterrumpidamente. La guillotina trabajaba seis horas al día, despachando 900 muertos al mes. En el transcurso de seis meses de la dictadura de Robespierre fueron encarceladas 500.000 personas, 300.000 confinadas y 16.594 guillotinados. ¡Qué ironía, los defensores de la libertad, matando sin piedad! Por eso, hay una frase significativa, atribuida a Madame
Roland, cuando iba a subir a la guillotina: ¡Libertad, cuántos crímenes se han cometido en tu nombre
Pero veamos otros aspectos de estos filósofos ilustrados, interesados en defender sus privilegios. Todos ellos eran de clase acomodada e invertían en compañías de trata de esclavos. Voltaire, Diderot y Raynal ganaron mucho dinero en compañías de trata de negros. Ellos eran racistas. Voltaire decía: Sólo un ciego puede dudar que los blancos, los negros, los albinos, los hotentotes, los lapones, los chinos, los americanos no sean de raza
enteramente diferentes.
Buffon y Voltaire criticaron en alguna ocasión los malos tratos a los esclavos, pero no hablaron contra la esclavitud. El filósofo italiano Beccaria, festejado en toda la Europa de la Ilustración y comentado por Voltaire y Diderot, considerado el apóstol del progreso, en su Tratado de los delitos y de las penas, escrito en 1764, propone la supresión de la pena de muerte y sustituirla por la esclavitud. ¿Dónde quedaban los derechos humanos de los negros para ellos, que tanto hablaban de derechos humanos?
En la Enciclopedia hay algún artículo que condena la esclavitud, pero otros, como el título Negros, considerados esclavos en las colonias de América, explican que el desarrollo económico de las plantaciones de ultramar sería imposible sin la esclavitud. Y se dice: Los negros nacidos vigorosos y acostumbrados a una comida basta, encuentran en América una benignidad que hace la vida animal mucho mejor que en sus países. En muchos de estos filósofos que hablan mucho de derechos humanos, el materialismo
y el utilitarismo se unen con el racismo para justificar la esclavitud.
Todos los artículos de la Enciclopedia se basan en el principio de que el hombre, si quiere transformar el universo, debe hacerlo por medio de la razón. La razón es la suprema facultad del hombre. Esto significa liberarse de todo prejuicio moral, político o religioso.
cultura de la muerte.
Los filósofos ilustrados de la actualidad atacan frecuentemente los principios cristianos, propiciando una sociedad libre, sin represiones y sin moral. No valoran la vida humana en su debida proporción y fomentan el aborto, los anticonceptivos, la eutanasia y toda clase de prácticas sexuales. Algunos de estos filósofos han creado una cultura de la muerte, como si sólo tuvieran derecho a vivir los hombres sanos de razas fuertes. Veamos algunos de estos filósofos del siglo XIX y XX, promotores de esta cultura de muerte. Comencemos por Charles Darwin.
Charles Darwin habló mucho de la selección natural como medio de preservar a los seres mejor dotados. Y esto mismo quiso que se hiciera entre los hombres. Dice: Entre los salvajes, los más débiles de cuerpo o de mente, resultan rápidamente eliminados y los que sobreviven, generalmente, exhiben un vigoroso estado de salud... Los hombres civilizados entorpecen el proceso de eliminación de los menos aptos: construimos asilos para imbéciles, para lisiados y para enfermos; promulgamos leyes para los menesterosos y nuestros profesionales de la medicina ejercitan toda su habilidad para salvar la vida de cada persona hasta el último momento. De esta manera, los más débiles de las sociedades civilizadas propagan su debilidad.
Y tal obstáculo a la severidad de la selección natural es manifiestamente absurdo, pues nadie, que haya presenciado cómo se crían los animales domésticos, puede dudar de que ese obstáculo sea algo altamente
dañino para la raza humana.
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